Milio Mariño
Acabo de caer en la cuenta de que llevo semanas escribiendo de la crisis, los recortes y el déficit publico. Ingredientes que, a la hora de escribir un artículo, no tienen por qué restarle valor ni relegar a un papel secundario la palabra y la imaginación. Cierto que no, pero insistir en lo mismo aburre muchísimo y antes de que se cansen, y me abandonen, había pensado cambiar de tercio y hablarles de toros. Bueno, más que de toros, de esa foto en la que aparece un torero con un cuerno que le entra por la garganta y le sale por la boca. Cuanto más la miro más me impresiona.
Cuentan los testigos que el toro retiró con rapidez el cuerno y el torero pudo salir del ruedo y ser atendido. Para que luego digan… Ya ven lo buenos y nobles que son los toros. Creen que se trata de un juego, que lo suyo es embestir haciendo como que tienen intención de hincarle un cuerno al torero pero procurando no hacer daño.
Vaya valor, vaya lo que hay que tener para salir ahí y jugarse la vida, decía un señor mientras veía, por televisión, una corrida de San Isidro. No es por contradecirle, pero, para mí, de los dos que saltan al ruedo, quien más peligro corre es el toro. El torero sabe a lo que va, pero el toro piensa que va de fiesta. Ve todo aquel gentío y, al oír la música y los olés, se presta a seguir la broma para que el público se divierta. No imagina, ni por asomo, que van a matarlo. Cuando se da cuenta ya es demasiado tarde. Hombre, siempre hay alguno que no se fía ni de su padre y embiste a muerte desde el primer momento, pero son los menos. Otra cosa sería si los toros salieran advertidos de lo que viene luego. Si lo supieran, no quedaba un torero vivo.
Las corridas de toros, que tanto nos caracterizan y forman parte de nuestra cultura, escenifican la lucha entre la buena fe y el engaño. Casi siempre triunfa el engaño. Y, cuando no ocurre así, le echan la culpa al torero. Dicen que no supo hacer bien su papel.
El toro no sabe de qué va la fiesta hasta que no ha recibido un par de puyazos, tiene clavados tres pares de banderillas y está frente al estoque. Se lo decía a un amigo, mientras le comentaba la foto del cuerno y el gesto noble del animal, que no quiso ensañarse con el torero. Y ese amigo, bueno y noble donde los haya, estaba de acuerdo, pero, al marcharse, dejó una pregunta en el aire: «Oye, ¿no me estarás tú a mí toreando?».
Desde luego que no, contesté poniéndome serio y añadiendo que lo que pienso yo de ese toro lo hago extensible a otros animales que, por instinto, obran de buena fe. Lo sabían quienes escribían las fábulas, de ahí que los pusieran siempre como ejemplo. Lo malo es que los hombres ya no son, como decía Aristóteles, animales políticos. Eso era antes, ahora se han humanizado tanto que si alguno consigue meter el cuerno en el cuello de su adversario no hace como hizo el toro «Opíparo» con Julio Aparicio. Lo clava hasta el fondo.
lunes, 31 de mayo de 2010
martes, 25 de mayo de 2010
Quizás, quizás, quizás...
Milio Mariño
Hace ya muchos años conocí a un tipo que tenía la costumbre de poner letra y música a los momentos difíciles. Solía acertar de plano; siempre encontraba la canción adecuada. Me acordé de él mientras asistía, mudo, a una tertulia de amigos en la que se discutía sobre las medidas que convendría adoptar para reducir el gasto publico sin hacer demasiada sangre. Y, allí, era tal el guirigay que por más voces que daban no llegaban a ningún acuerdo.
Extrañados de mi silencio, pidieron que me mojara. Y fue entonces cuando me acordé del tipo que dije antes y me salió, sin pensarlo, el estribillo de aquella canción que cantaba Nat King Cole: «Siempre que te pregunto? Qué, cuándo, cómo y dónde, tú me respondes: Quizás, quizás, quizás?»
Fue como un acto reflejo. En aquel momento no pensaba que la música es la forma más práctica de dar rienda suelta a nuestros sentimientos de placer o desagrado. Eso decía Pitágoras, que descubrió la naturaleza del orden numérico del sonido y consideraba que la música venía a ser la expresión perfecta de la proporción y la medida. Cuestiones de las que no deben andar muy sobrados quienes gobiernan nuestras comunidades autónomas pues desafinan en el gasto más que una orquesta de feria. Desafinan, sobre todo, por lo que gastan en sus respectivas televisiones. Y, en eso, tanto da que gobierne el PSOE como que lo haga el PP: todos gastan a manos llenas en algo que se ha convertido en un juguete o capricho.
La deuda de las televisiones autonómicas supera los 4.000 millones de euros. No me extraña porque, si venimos a lo nuestro, no parece que tenga sentido que nuestra TPA gaste 2,4 millones en la retransmisión de los partidos de fútbol que podemos ver gratis, sólo con cambiar de cadena. Tampoco lo tiene, a mi juicio, que la Fórmula 1 nos esté costando, entre unas cosas y otras, 4 millones de euros cuando también podemos verla sin que nos cueste un duro.
No sé a ustedes, pero a mí me parece que gastar más de mil millones de pesetas en algo que sólo cuesta apretar el mando a distancia es poco menos que tirar el dinero. Y que conste que siempre defendí y, defiendo, la necesidad de tener una televisión autonómica. Aunque, visto lo visto, no se yo si nos traerá cuenta porque el presupuesto consolidado de la TPA, para este año, sobrepasa los 39 millones de euros. Casi siete mil millones de pesetas para, según decían, difundir la cultura asturiana, reforzar nuestra identidad y hablar de lo nuestro. Objetivos que no creo que se consigan dando partidos de fútbol, retransmitiendo la Fórmula 1 y regalándonos películas de vaqueros de los años cincuenta.
Poner orden y frenar el despilfarro de las televisiones autonómicas quizá no solucione el problema del déficit público, pero por algo se empieza. Sobre todo, cuando, como en nuestro caso, la televisión del Principado regala dinero al fútbol millonario y se olvida del fútbol modesto.
Así están las cosas. El inconveniente que yo le veo a cantar las verdades, como hacía aquel tipo, es que siguiendo con la canción que citábamos al principio alguien puede responderme: "Estas perdiendo el tiempo… Pensando, pensando…
Milio Mariño /Artículo de Opinión/ La Nueva España
Hace ya muchos años conocí a un tipo que tenía la costumbre de poner letra y música a los momentos difíciles. Solía acertar de plano; siempre encontraba la canción adecuada. Me acordé de él mientras asistía, mudo, a una tertulia de amigos en la que se discutía sobre las medidas que convendría adoptar para reducir el gasto publico sin hacer demasiada sangre. Y, allí, era tal el guirigay que por más voces que daban no llegaban a ningún acuerdo.
Extrañados de mi silencio, pidieron que me mojara. Y fue entonces cuando me acordé del tipo que dije antes y me salió, sin pensarlo, el estribillo de aquella canción que cantaba Nat King Cole: «Siempre que te pregunto? Qué, cuándo, cómo y dónde, tú me respondes: Quizás, quizás, quizás?»
Fue como un acto reflejo. En aquel momento no pensaba que la música es la forma más práctica de dar rienda suelta a nuestros sentimientos de placer o desagrado. Eso decía Pitágoras, que descubrió la naturaleza del orden numérico del sonido y consideraba que la música venía a ser la expresión perfecta de la proporción y la medida. Cuestiones de las que no deben andar muy sobrados quienes gobiernan nuestras comunidades autónomas pues desafinan en el gasto más que una orquesta de feria. Desafinan, sobre todo, por lo que gastan en sus respectivas televisiones. Y, en eso, tanto da que gobierne el PSOE como que lo haga el PP: todos gastan a manos llenas en algo que se ha convertido en un juguete o capricho.
La deuda de las televisiones autonómicas supera los 4.000 millones de euros. No me extraña porque, si venimos a lo nuestro, no parece que tenga sentido que nuestra TPA gaste 2,4 millones en la retransmisión de los partidos de fútbol que podemos ver gratis, sólo con cambiar de cadena. Tampoco lo tiene, a mi juicio, que la Fórmula 1 nos esté costando, entre unas cosas y otras, 4 millones de euros cuando también podemos verla sin que nos cueste un duro.
No sé a ustedes, pero a mí me parece que gastar más de mil millones de pesetas en algo que sólo cuesta apretar el mando a distancia es poco menos que tirar el dinero. Y que conste que siempre defendí y, defiendo, la necesidad de tener una televisión autonómica. Aunque, visto lo visto, no se yo si nos traerá cuenta porque el presupuesto consolidado de la TPA, para este año, sobrepasa los 39 millones de euros. Casi siete mil millones de pesetas para, según decían, difundir la cultura asturiana, reforzar nuestra identidad y hablar de lo nuestro. Objetivos que no creo que se consigan dando partidos de fútbol, retransmitiendo la Fórmula 1 y regalándonos películas de vaqueros de los años cincuenta.
Poner orden y frenar el despilfarro de las televisiones autonómicas quizá no solucione el problema del déficit público, pero por algo se empieza. Sobre todo, cuando, como en nuestro caso, la televisión del Principado regala dinero al fútbol millonario y se olvida del fútbol modesto.
Así están las cosas. El inconveniente que yo le veo a cantar las verdades, como hacía aquel tipo, es que siguiendo con la canción que citábamos al principio alguien puede responderme: "Estas perdiendo el tiempo… Pensando, pensando…
Milio Mariño /Artículo de Opinión/ La Nueva España
lunes, 17 de mayo de 2010
Ajo y agua
Milio Mariño
El otro día había gente que se partía de risa mientras Zapatero casi lloraba explicando las medidas de ajuste. Que se jodan, decía una señora, a eso de la media tarde, delante de un café con leche y dos tortitas con mermelada. No pude oír lo que dijo luego pero, por el regocijo y los aspavientos, era fácil adivinar que la señora celebraba que los desfavorecidos tuvieran su merecido. La señora y alguno más, pues me consta que no eran pocos los que estaban al acecho, esperando por un momento así. Gente que consideraba un desatino que el Gobierno repitiera, una y otra vez, que no estaba dispuesto a recortar los gastos sociales. Hasta ahí podíamos llegar. Sólo faltaba que los pobres se fueran de rositas y superaran la crisis sin tener que pasar por el aro. Sería un mal precedente porque lo relevante de las medidas no es su contenido, sino la percepción de que la crisis tienen que pagarla los que la pagaron siempre. Sería fatal, para la buena marcha del negocio, que la gente se reafirmara en lo que piensa: que el déficit público no fue, ni es, la causa del problema, sino su consecuencia.
Vaya palo, pensaba yo. La izquierda, una vez más, ha tenido que plegar velas y avenirse a las exigencias del capitalismo. Créanme si les digo que me sentía desamparado. Lo curioso fue que, para mi sorpresa, apareció Mariano Rajoy como caído de un árbol. Hasta hace dos días todo parecía indicar que esas medidas era lo que reclamaba el PP con machacona insistencia. Estaba convencido de que les había oído decir que Zapatero tenía que dar un paso al frente con la tijera en la mano. Pero, una de dos, o estaba equivocado o han vuelto a tomarme el pelo; porque Rajoy se puso hecho una fiera y defendió, como nadie, mantener y mejorar las prestaciones sociales.
No entiendo nada. No entiendo que la derecha se haya vuelto de izquierdas y la izquierda actúe como lo haría el PP si estuviera en el Gobierno. Tengo un lío que no me aclaro. Un lío que alimenta la sospecha de que quienes mandan, de verdad, no son los que elegimos en las urnas sino esa tropa de especuladores y chantajistas que hicieron negocio metiéndonos en el pozo y siguen haciéndolo al precio de ofrecerse para sacarnos.
Tanto da que gobierne el PSOE como el PP o Rita la encantadora; sabemos lo que nos espera. Y, lo peor de todo, es que lo sabemos por boca del «Washington Post», que fue el que anunció, antes de que lo hiciera el Gobierno, que teníamos que ponernos a dieta. Pero nada de pescado blanco y carne a la plancha; ajo y agua. Eso decía el periódico: «Europa, como precio por su salvación, debe reescribir el contrato social pues, desde la posguerra, ha sido muy generosa con los trabajadores y los jubilados».
Ahí queda eso. Da lo mismo que nuestra gordura fuera la gordura del pobre: una barriga incipiente con piernas de alambre. No importa, nos han prescrito ajo y agua. Tenemos que adelgazar de hoy para mañana. No queda otra. Y, a todo esto, el PP, como siempre, picando entre horas.
El otro día había gente que se partía de risa mientras Zapatero casi lloraba explicando las medidas de ajuste. Que se jodan, decía una señora, a eso de la media tarde, delante de un café con leche y dos tortitas con mermelada. No pude oír lo que dijo luego pero, por el regocijo y los aspavientos, era fácil adivinar que la señora celebraba que los desfavorecidos tuvieran su merecido. La señora y alguno más, pues me consta que no eran pocos los que estaban al acecho, esperando por un momento así. Gente que consideraba un desatino que el Gobierno repitiera, una y otra vez, que no estaba dispuesto a recortar los gastos sociales. Hasta ahí podíamos llegar. Sólo faltaba que los pobres se fueran de rositas y superaran la crisis sin tener que pasar por el aro. Sería un mal precedente porque lo relevante de las medidas no es su contenido, sino la percepción de que la crisis tienen que pagarla los que la pagaron siempre. Sería fatal, para la buena marcha del negocio, que la gente se reafirmara en lo que piensa: que el déficit público no fue, ni es, la causa del problema, sino su consecuencia.
Vaya palo, pensaba yo. La izquierda, una vez más, ha tenido que plegar velas y avenirse a las exigencias del capitalismo. Créanme si les digo que me sentía desamparado. Lo curioso fue que, para mi sorpresa, apareció Mariano Rajoy como caído de un árbol. Hasta hace dos días todo parecía indicar que esas medidas era lo que reclamaba el PP con machacona insistencia. Estaba convencido de que les había oído decir que Zapatero tenía que dar un paso al frente con la tijera en la mano. Pero, una de dos, o estaba equivocado o han vuelto a tomarme el pelo; porque Rajoy se puso hecho una fiera y defendió, como nadie, mantener y mejorar las prestaciones sociales.
No entiendo nada. No entiendo que la derecha se haya vuelto de izquierdas y la izquierda actúe como lo haría el PP si estuviera en el Gobierno. Tengo un lío que no me aclaro. Un lío que alimenta la sospecha de que quienes mandan, de verdad, no son los que elegimos en las urnas sino esa tropa de especuladores y chantajistas que hicieron negocio metiéndonos en el pozo y siguen haciéndolo al precio de ofrecerse para sacarnos.
Tanto da que gobierne el PSOE como el PP o Rita la encantadora; sabemos lo que nos espera. Y, lo peor de todo, es que lo sabemos por boca del «Washington Post», que fue el que anunció, antes de que lo hiciera el Gobierno, que teníamos que ponernos a dieta. Pero nada de pescado blanco y carne a la plancha; ajo y agua. Eso decía el periódico: «Europa, como precio por su salvación, debe reescribir el contrato social pues, desde la posguerra, ha sido muy generosa con los trabajadores y los jubilados».
Ahí queda eso. Da lo mismo que nuestra gordura fuera la gordura del pobre: una barriga incipiente con piernas de alambre. No importa, nos han prescrito ajo y agua. Tenemos que adelgazar de hoy para mañana. No queda otra. Y, a todo esto, el PP, como siempre, picando entre horas.
lunes, 3 de mayo de 2010
Nube negra y números rojos
Milio Mariño
Acabo de recibir el borrador de la declaración de la renta y advierto que he perdido la cuenta de lo que llevo pagado por estafas y desastres en los que no tuve arte ni parte. Menos mal que mi torpeza aritmética es tan manifiesta que me da igual lo que carguen. Pago lo que me piden y allá que se las compongan, pero estoy convencido de que mis impuestos no pueden dar para tanto. No puede ser que alcancen para sufragar el paro, las obras públicas, el fondo para que los bancos no quiebren, las ayudas para que la gente compre coches, el rescate de Grecia y, ahora, los miles de millones que piden las compañías aéreas para resarcirse de la nube negra.
Aquí todo el mundo pide. Aquí las empresas, los bancos y cualquiera que se precie piden ayudas y subvenciones, exigiendo, sin cortarse, que se reduzca el gasto público por la vía de quitar prestaciones y todo lo que suponga ayudar a los que menos tienen.
No conozco en qué se basan las compañías aéreas para pedir compensaciones por lo de la nube negra, pero no me extrañaría nada que los gobiernos cedieran a lo que piden e hicieran el apunte contable considerando que Iberia o Lufthansa vienen a ser como un agricultor de Cancienes que pierde la cosecha de fabes por un «nublao» de granizo. Ya verán cómo encuentran la fórmula. Total, después de pagar la estafa de los bonos basura, la quiebra de los especuladores y el «crash» de Grecia, tampoco sería un escándalo que con nuestro dinero pagaran el capricho de un volcán que vomita ceniza allá por Islandia.
Lo curioso del caso es que cuando uno oye decir que destinarán tantos miles de millones para esto y tantos para lo otro no puede evitar preguntarse qué hacían con nuestro dinero cuando no había el paro que hay ahora, ni teníamos que pagar las estafas de los especuladores, ni las nubes negras solían tener mayor trascendencia, a efectos económicos, que comprar un paraguas en las tiendas de los chinos.
Así estábamos hace poco, pero como es muy cierto que una cosa lleva a la otra, el asombro que me produce ver, ahora, cómo nuestros impuestos dan para tanto me trae el recuerdo de aquello que se decía hace tiempo, que España es un país tan rico que por más que se empeñen no conseguirán arruinarlo.
«Que te crees tú eso», me dijo uno que sabe muchísimo y sufre en silencio los avatares de esa almorrana económica que cuando ya parecía casi curada vuelve a irritarse para sacarnos los cuartos. España respiró aliviada con lo que le dieron sus socios europeos, pero nuestra desgracia es que somos tan pobres que no podemos permitirnos lo que dicen los ricos. Todo eso del despido gratis, la supresión de las prestaciones sociales y los sueldos más baratos es carísimo. No podríamos pagarlo, de ahí que lo más sensato sea aguantar el envite y esperar que lo de la crisis sea como lo de la nube negra. Algún día tendrá que escampar.
Y, mientras escampa, tampoco parece descabellado exigir que el Gobierno nos trate como tratará, seguramente, a las compañías aéreas.
Milio Mariño /La Nueva España /Opinión 03-04-2010
Acabo de recibir el borrador de la declaración de la renta y advierto que he perdido la cuenta de lo que llevo pagado por estafas y desastres en los que no tuve arte ni parte. Menos mal que mi torpeza aritmética es tan manifiesta que me da igual lo que carguen. Pago lo que me piden y allá que se las compongan, pero estoy convencido de que mis impuestos no pueden dar para tanto. No puede ser que alcancen para sufragar el paro, las obras públicas, el fondo para que los bancos no quiebren, las ayudas para que la gente compre coches, el rescate de Grecia y, ahora, los miles de millones que piden las compañías aéreas para resarcirse de la nube negra.
Aquí todo el mundo pide. Aquí las empresas, los bancos y cualquiera que se precie piden ayudas y subvenciones, exigiendo, sin cortarse, que se reduzca el gasto público por la vía de quitar prestaciones y todo lo que suponga ayudar a los que menos tienen.
No conozco en qué se basan las compañías aéreas para pedir compensaciones por lo de la nube negra, pero no me extrañaría nada que los gobiernos cedieran a lo que piden e hicieran el apunte contable considerando que Iberia o Lufthansa vienen a ser como un agricultor de Cancienes que pierde la cosecha de fabes por un «nublao» de granizo. Ya verán cómo encuentran la fórmula. Total, después de pagar la estafa de los bonos basura, la quiebra de los especuladores y el «crash» de Grecia, tampoco sería un escándalo que con nuestro dinero pagaran el capricho de un volcán que vomita ceniza allá por Islandia.
Lo curioso del caso es que cuando uno oye decir que destinarán tantos miles de millones para esto y tantos para lo otro no puede evitar preguntarse qué hacían con nuestro dinero cuando no había el paro que hay ahora, ni teníamos que pagar las estafas de los especuladores, ni las nubes negras solían tener mayor trascendencia, a efectos económicos, que comprar un paraguas en las tiendas de los chinos.
Así estábamos hace poco, pero como es muy cierto que una cosa lleva a la otra, el asombro que me produce ver, ahora, cómo nuestros impuestos dan para tanto me trae el recuerdo de aquello que se decía hace tiempo, que España es un país tan rico que por más que se empeñen no conseguirán arruinarlo.
«Que te crees tú eso», me dijo uno que sabe muchísimo y sufre en silencio los avatares de esa almorrana económica que cuando ya parecía casi curada vuelve a irritarse para sacarnos los cuartos. España respiró aliviada con lo que le dieron sus socios europeos, pero nuestra desgracia es que somos tan pobres que no podemos permitirnos lo que dicen los ricos. Todo eso del despido gratis, la supresión de las prestaciones sociales y los sueldos más baratos es carísimo. No podríamos pagarlo, de ahí que lo más sensato sea aguantar el envite y esperar que lo de la crisis sea como lo de la nube negra. Algún día tendrá que escampar.
Y, mientras escampa, tampoco parece descabellado exigir que el Gobierno nos trate como tratará, seguramente, a las compañías aéreas.
Milio Mariño /La Nueva España /Opinión 03-04-2010
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